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#EsLoQueHay

#EsLoQueHay es un proyecto en continua mutación. Son imágenes comentadas o artículos documentados, artifotos.

 

No son imágenes, no son artículos; necesariamente lo uno completa a lo otro. Pretende ser una disección del eslogan de nuestro tiempo: EsLoQueHay. Esa coletilla que acaba las frases cuando se habla de nuestra realidad, cuando se habla de la vida en pareja, cuando comentamos, por ejemplo, las condiciones laborales cada vez más precarias y asumimos que deben ser así porque nuestras leyes son LoQueHay. Asumimos ciertas normas o convenios sociales en todas estas realidades porque así están escritos, porque consideramos que es inevitable que sean de otra manera. Sin pudor alguno por la resignación.


Cuantas veces nos hemos sorprendido apostillando EsLoQueHay en referencia a la catarsis social que vivimos, asumiendo que es lo que debe ser, como una especie de castigo divino y no puede ser de otra manera. No hay alternativa, no hay escapatoria: porque EsLoQueHay. Estos artifotos van en sintonía con esa línea, lo que separa el debe y el puede ser. Lo que está entre lo que asumimos como normal y lo que debería ser. Lo que está entre la aceptación y la resignación. Pretende ser un documento que indague en esa actitud ante la vida; por un lado cuando aceptamos y asumimos la realidad, y por otro lado la esperanza en esa deriva, y las opciones existentes para aliviar esta angustia. Todo esto cabe en este hastag del siglo XXI: #EsLoQueHay.

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Rocío Martín, Madrid 2014

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#EsLoQueHay
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                                                           ESA LUZ

 

 

 Ese puchero dará de comer a mucha gente. No hay que olvidar que hay una mano detrás de cada alimento que nos tiene de pie en la tierra. Cada día. La luz que ilumina el puchero es la misma que animó a los pintores a crear naturalezas muertas o bodegones. Es la luz cotidiana, la la luz de lo “tan real, hoy lunes” que decía el poeta, la luz extrañamente espiritual que parece redimirnos de la crudeza de los días.

 

Cuesta entender la realidad, con el tiempo se logra manejar, nada más, siempre hay algo que se escapa, que se fuga hacia el misterio. Un puchero, un plato de sopa o una barra de pan pueden emocionar en el recuerdo, sientes que tu madre está cerca, que sus manos te han hecho la realidad a tu medida, que en las entrañas de lo cotidiano habita tu madre, pacientemente cuidándote, lentamente tejiendo tus días.

 

Mañana como hoy, ese puchero tendrá sentido. La luz cotidiana buscará las formas que definan el misterio. La mano invisible de una madre ordenará la realidad a la medida  de un hijo. Siempre  habrá quien mire más allá de las cosas y más acá de nosotros mismos. La mirada se demora en esa luz que nunca se logrará entender del todo, serán ceniza mas tendrán sentido. Es la luz, la misma luz, que nunca llegaron a pintar, por mucho que la buscaran, los hijos de unas madres que se ganaron la vida pintando y que también fueron cuidados con mano maternal. Lo intentaron y su grandeza reside en haberlo intentado, rozando siquiera el misterio. Hoy algunos fotógrafos, literalmente “pintores de la luz”,  con más medios y quizá menos cuido, también lo intentan.

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Jose Aurelio Martín

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                                                  HERIDA URBANA

           

 Las heridas se hacen costras, luego mutan en cicatrices y finalmente permanecen o desaparecen en la piel, según el tamaño y la profundidad de la herida. La falta de edificio en la foto es una cicatriz en la piel urbana, aunque seguro que si la calle perteneciera a un buen sitio, a una zona cara, es decir, a una parte rica de la ciudad, esa cicatriz desaparecería para siempre. Pero no, esa piel luce con dermis de barrio, con las ventanas pequeñas, tubos amarillos por fuera y un solo piso con aparato de aire acondicionado, porque yo puedo permitírmelo y soy la envidia de mi bloque en verano, cuando el calor nos arrincona en las sombras.

 

Esa cicatriz, no hay duda, permanecerá en la piel. Ya ha coformado sus estrías definitivas, su relieve especial cuando lo tocas. La ventana tapiada, por ejemplo, cuyas rejas figuran una osamenta recién florecida de la tierra, como cualquier fusilado de cualquier fosa común o de cualquier cuneta limpiado pacientemente a brochín. Asimismo, la puerta verde con una reja a modo de respiradero, como una cárcel de un país perdido, por donde echan la comida a los presos (perros) que aguardan la tajada, la monda o el hueso para roer. Es cicatriz, pero también con sus zonas agradables al tacto, que gusta repasar una y otra vez, descubriendo que es un relieve con que la vida te ha marcado y es exclusivamente tuyo, y lo tocas complacido, son los dinteles de ladrillo visto, tan coquetos, tan propios, tan complacidamente gustosos al tacto de la cicatriz urbana, por los que pasas una y otra vez, los que hacen de una cicatriz corriente una cicatriz única, una cicatriz tuya.

 

Con el tiempo, uno no reniega de las cicatrices, incluso aunque te atraviesen la cara como un relámpago gélido; uno se las toca, se las siente suyas, y cuando se las mira le entra incluso el picorcillo del orgullo. La cicatriz es una muestra de que ahí hubo algo, es un síntoma presente de una presencia del pasado. Es la rúbrica de la ausencia. Si desaparecen, desaparecen para siempre las pistas que reconstruyen una ausencia. Y de ahí al olvido de cabeza, o peor, a la desmemoria.

 

                                                                                Jose Aurelio Martín

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LOS SIGNOS BORRADOS

 

Borrar los signos para que aparezcan borrados, vaciados de sentido, como en hueco. Es un cartel amarillo en el que se puede adivinar la palabra “atención”. Un cartel de advertencia vaciado de sentido, en medio de un espacio que ni siquiera llega a campo. Su aspecto está mordido por el ácido urbano de alguna ciudad próxima y le da ese aspecto típicamente pardesco. Un arquitecto diría que ese espacio es un “no lugar”.

 

La palabra democracia es un signo que también han borrado minuciosamente con esprais, pinturas imprecisas, palabras incomprensibles, expresiones primitivas. Ni vemos casi la palabra “atención” que de color amarillo debiera anunciar la palabra “democracia”, atención que la democracia es frágil, atención que la democracia está siempre amenazada, atención que la palabra democracia puede ser secuestrada por los que tienen y ejercer el poder en su beneficio. Todas estas advertencias, y otras, se han borrado y ahora la democracia se muestra en hueco, recomido el sentido, vaciada.

 

El cartel de democracia como signo borrado está en medio de un espacio, el de nuestros países, cada vez más inhóspito. Cada vez con más color pardesco, reconcomido por el ácido y la contaminación. Los arquitectos no dirían de nuestro países que son “no lugares”, en cambio la poca humanización de los espacios, la falta de lugares para el encuentro y la reunión social, la mera función de las ciudades como almacenes de personas, los convierten cada vez más en “no lugares” , en meros almacenes de personas.

 

Cabría retomar el sentido recuperando minuciosamente y con cuidado los signos originales, los signos que tengan sin confusión un sentido mancomunado con el que todo el mundo pueda entenderse. Para eso, quizá, habría que recuperar primero el espacio humano y solo entonces un cartel como ese de “atención” tendría entonces pleno sentido.

 

                                                                     Jose Aurelio Martín

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PUERTAS AL CAMPO

 

Puertas que se cierran, pocas puertas que se abren, las puertas giratorias y quién pone puertas al campo. La puerta tiene una metafísica muy rica y compleja. Esta puerta en concreto, metálica, con algunos rebordes ya oxidados, parece que impone  su física y también su metafísica a un campo que está de fondo. Parecía que era imposible poner puertas al campo..., parecían imposibles tantas cosas que hoy ya ni siquiera arañan los ojos ni raspan los oídos.

 

El que pone una puerta es porque tiene la llave y tiene el poder de abrirla o cerrarla. La puerta no es un mero paso, la puerta es una frontera con su poli, su protocolo de cadenas y su exhibición metálica de llaves. La puerta deja pasar no a quien tiene derecho, sino al que se subordina a quien tiene el poder de abrirla. ¿Alguien ha visto a algún mendigo, vagabundo, (incluidos los de clase media devenidos en tal) entrar en un banco? Tienen derecho, podrían hacerlo, pero el poder del que tiene la llave es más fuerte y simbólicamente se lo niega. Y el vagabundo lo acepta. Es el triunfo de la metafísica.  Por las noches sí les abren la puerta, eso sí,  para que duerman, no vaya a pensar la clientela que los bancos no tienen ni una pizca de humanidad.

 

¿También el campo, lugar de la libertad, tiene su puerta, su llave y su cancerbero? Sí, tiene su física: esa puerta  con retícula metálica y rebordes oxidados, y tiene su metafísica: la retórica del poder del que tiene la llave que franquea la puerta a quien se subordina y agacha las orejas. Pero esta puerta está abierta, de par en par, invitando a pasar a cualquiera. Y sin embargo su poder metafísico se eleva y parece que  advierte, en susurros, te dejo pasar pero ya sabes que el campo tiene puertas que puedo cerrar cuando quiera y dejar entrar solo a quien agache las orejas y se subordine a mi poder.

 

Lo peor es que al que tiene el poder de poner puertas al campo no le faltarán cancerberos que defenderán con su vida y con su muerte el poder de la puerta, su física y sobre todo su metafísica.

 

                                                                                 Jose Aurelio Martín

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                                                               A OSCURAS

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El perfil de una ciudad resulta interesante cuando es irregular. Nueva York, Shangai, Sidney. Son perfiles con subidas pronunciadas como violentos dientes de sierra. El perfil de la una ciudad es la mejor expresión de sí misma. Cuanto más irregular más contraste y violencia social; cuanto más regular, más adocenamiento, más atonía.

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El paisaje de la imagen va descenciendo aplastado por un cielo lívido y contaminado, engullido por un descampado verde que recuerda de donde venimos. El punto de vista ha querido que ese fragmento verde tome un protagonismo que nadie, salvo una mirada concernida, le daría. Nos acostumbran a ver las cosas de una determinada manera y nos olvidamos de mirar. Mirar implica detenerse, completar lo visto con otros sentidos. Por eso mirar es llegar a un significado y ver no; es la misma diferencia entre leer y leer sabiendo lo que se lee. Ese paisaje se puede leer repitiendo los signos como loros: esto es un campo verde, esto es una fila de edificios, esto es un cielo pálido, pero el punto de vista te obliga a leer mirando, a interpretar, a completar el sentido de lo visto.

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El sentido de la mirada no es unívoco. Ese paisaje se puede leer de muchas maneras: la atonía de un perfil urbano de una sociedad que se ha dejado hacer, la nostalgia del campo, la amenaza del descampado como expresión del “no lugar” o el desamayo de la luz en el cielo contaminado en contraste con el verde violento y fresco del campo. La mirada no se agota, la vista sí, cuando desaparece la luz. Y sin embargo cuando alguien dice que ha leído un libro no sabemos en qué sentido de leer lo ha hecho, como cuando alguien dice que ha visto una exposición de fotografía. Estamos a oscuras.

 

                                                                                Jose Aurelio Martín

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LA LUZ VA POR BARRIOS

 

Una esquina de un barrio (que fue pueblo), unas señales vigorosas, un manchón de luz sucia y un cielo negro de tormenta. Ya está. Mete en ese paisaje un par de personajes desesperados y ya tienes una novela negra, o una peli negra, o una obra de teatro negra, o un cuadro negro (¿o una foto negra?). La escena que recorta la foto es la propia de un crimen. Con o sin sangre, eso da igual. No puede haber nada bueno en una esquina cercada de señales, sobre todo si la señal es de prohibido. Cuanto más violenta es la esquina, cuanto más sucia es la luz, más señales orientan el espacio. Han tenido la delicadeza de curvar la esquina, eso sí,  y no mostrar una arista viva, de esquina pura.

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Hay una sensación de fatalidad en el ambiente. Algo nada bueno se va a consumar, la luz también se reparte por barrios en las grandes ciudades. Lo que es una luz trágica en un barrio, en otro es una luz suave de verano y en otro es una luz neutra de hospital de pago. Hasta en esto es injusto el reparto. La felicidad va por barrios, y la luz también va por barrios.

 

 

Jose Aurelio Martín

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De fuera a dentro

 

Esto es la soledad, no es una imagen de la soledad o metáfora de la soledad, o símbolo. No, es la soledad, un calcetín colgado de una pinza de madera sobre una cuerda verde y sin nada alrededor, solo y suspendido en el vacío. A veces nos cuesta ver lo que hay en una imagen artística porque nuestra mirada se complica con cosas, con saberes, con metáforas. Es un error, hay que mirar con los ojos siempre limpios y disfrutar lo mirado, demorarse en los detalles, en los colores, en el fondo, sin ir más allá ni más acá. Pero es imposible, y además necesario que lo sea. Si ese es el encuadre, la figura, el fondo y los colores, si es así es porque la fotógrafa ha querido contarnos algo, ir más allá, extender la mirada de fuera a dentro, y sacarnos una historia, un sentir, un decir.

 

Entonces ves a un ser frágil, una mariposa, una niña que llora, una joven frívola, alguien que se debate en el abismo, alguien que pende de una pinza, un vacío que amenaza, un aire enrarecido, una luz que no llega, una madre cotidiana que solo tiende, sin poesía pero con una realidad transparente, una abuela tierna que tiende y recupera de las cenizas de su memoria unos calcetines que le salvaron muchos inviernos. Sí, la fotógrafa no ha querido que nos complazcamos en las formas, los colores, las texturas, el encuadre, la luz. No, la fotógrafa ha querido que viajemos de fuera a dentro y busquemos con ojos interiores lo que inevitablemente tejen las emociones, la poesía, lo saberes y el tiempo que ha quedado en el cedazo de la memoria. Entonces, ¿es la soledad o símbolo de la soledad?

 

 

Jose Aurelio Martín

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EL ESCÁNDALO DE LA RUINA

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Si esta foto fuera en blanco y negro sería estética, pero los colores denuncian que es real. A veces es un filtro de una aplicación para móviles lo que separa la estética de la realidad. Los desarrolladores de aplicaciones tendrían que hacer un filtro que se llamara realidad, de forma que cuando uno hiciera una foto como esta, el filtro pusiera el acento en la ruina y en las causas de esa cochambre, sí,  porque la ruina es muy escandalosa en las consecuencias pero es más celosa para ocultar su causas.

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Crisis económica, pelea entre socios, falta de crédito, obsolescencia, imposibilidad de competir con las grandes superficies, depresión, problemas familiares, son algunas de las posibles causas, aunque todos sabemos que ese pequeño comercio ha llegado donde ha llegado por la crisis que, a su vez, es consecuencia de otras causas, celosa e interesadamente ocultadas. Así que descubrimos que lo que llamamos “crisis económica” es una fachada como la de este comercio, arruinado, meado, pintado, agrietado, que oculta con escándalo de ruina las causas y los causantes.

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Estafa, estrategia para estrechar el cerco a los pobres, rearme de los poderes económicos para perpetuar la riqueza y acentuar la pobreza, recurso ligado al miedo para salvaguardar los privilegios de clase, son algunas de las seguras causas que esconde la fachada ruinosa de  “crisis económica”. Los artistas urbanos, sin querer y quizá sin saberlo, han contribuido a acentuar la ruina con unos garabatos entre infantiles, transgresores y primitivos; los artistas son los que más visiblemente han participado en la maniobra de ocultamiento de las causas de la ruina. Lo han aprendido en los museos y galerías de arte posmoderno, donde se enseña a ocultar con escándalo de ruina (la del sentido) las verdaderas causas y los causantes de todas las fachadas, la de un pequeño comercio y la del concepto “crisis económica”.

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Jose Aurelio Martín 

**ver trabajo de @gmakkas

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LUZ ENFERMA

 

 

No sabemos si lo interesante de las ventanas está fuera o está dentro, en esta imagen se resuelve el dilema, lo interesante está en la ventana, en el alféizar, vamos: un alargador que probablemente no funciona, un rollo de papel higiénico ya empezado y una tapa de una caja de cartón, presuntamente de papel de oficina, que alberga una barahúnda de papeles sin orden ni concierto.

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Ese vano abierto con rejas hacia no se sabe qué oscuros y húmedos patios fue hecho para tener un alféizar que contuviera objetos entre inútiles y vagamente funcionales. Habrá sido un hombre, aunque hay algunas mujeres prácticas que no tienen pelos en la lengua, ni en el alma, ni en el gusto, ni en la sensibilidad, que piensan que los objetos tienen su peso y su función, y punto. Un rollo de papel para cagar, un alargador que no funciona por si alguien lo arregla y una tapa de cartón boca abajo para almacenar papeles que un día tuvimos la fe de que servían para algo. Puede haber sido también un hombre. En cualquier caso, ha sido la mano de un ser humano que temporalmente es práctico, de ocho a cinco, y luego se dedicará a su música, a sus hijos o a colaborar en un banco de alimentos. “No somos mercancía” reza un cartel, lo que da por supuesto a nuestro hombre práctico de que “Somos mercancía”, de ocho a cinco, ya decimos, luego empezará la vida con sus alargadores empotrados, sus papeles higiénicos escondidos en una carcasa brillantemente plateada y sus bandejas de colorín para ordenar papeles con orden y concierto. Es la ventaja de tener ventanas, vanos en las paredes que, además de entrar la luz de fuera, por mucho que esta venga húmeda y gris, siempre te hacen un hermoso alféizar para que, en lugar de poner plantas o un cactus, prefieras ser práctico durante el tiempo que te toca ser mercancía, de ocho a cinco, después ya vendrá la vida, la gracia y la libertad.

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Que en la piel de las paredes se abran llagas de humedad es solo una consecuencia de la luz enferma que filtra la ventana abierta, probablemente, a ninguna parte.

 

Jose Aurelio Martín

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